domingo, 26 de diciembre de 2010

Auld Lang Syne


Cuando era pequeño escuche una canción  extraña que se cantaba en grupo, acompañados por la luz de una fogata y servía para despedir una actividad. La letra de esa canción, decía que ese acto, la canción al pie de una fogata, no era más que un hasta luego. Yo no podía dar crédito entonces a tanta certeza, no sabía de donde, pero la conocía, tenía que existir, y aquí estaba. Era una melodía melancólica. La canción me gustaba, algo tenía de trascendente y comprometedora, pero la promesa de la reunión posterior no me convencía. Parecía demasiado buena para ser verdad.

 
Los años pasaron y la niñez dio paso a la adultez. Aquella bonita canción dejó de sonar y fue reemplazada por responsabilidades de adulto y realidades de verdad. Hasta ahora en que navegando en Youtube me la encontré. Y encontré también una historia increíble.
                Cuenta la leyenda que hace miles de años en la Tierra existieron dos civilizaciones adelantadísimas. Una, la mítica y famosa Atlántida. Otra, Lemuria. Ambas civilizaciones habían alcanzado un desarrollo notable respecto de otros habitantes del planeta. Pues bien, Lemuria y Atlántida tenían una diferencia respecto de la conducción del resto de culturas. Mientras los lemurianos sostenían que no se debía intervenir en la evolución de las otras sociedades, los atlantes sostenían que ambas civilizaciones avanzadas debían dirigir la evolución de los demás. Este desacuerdo los llevó a sostener guerras terribles que afectaron al planeta. Este hecho determinó que ambos continentes se hundieran. El clero sacerdotal lemuriano supo anticipadamente lo que ocurriría. Muchos hombres y mujeres de ese clero fueron trasladados a la Atlántida y otros lugares con el objetivo de preservar sus costumbres y conocimientos. Pero muchos de esos sacerdotes y sacerdotisas lemurianos retornaron a Lemuria para hundirse con el continente. En Titanic, la película, habremos visto alguna vez la actitud del capitán del barco. Es clásica su imagen hundiéndose con él, pero es emocionante ver en esa misma película la escena de los músicos que acompañan el hundimiento sin dejar de tocar sus instrumentos. Pues bien, los sacerdotes de Lemuria en la noche del hundimiento decidieron cantar una canción y elevar oraciones. Entonar canciones es una poderosa terapia para un momento importante.


                Cuando el continente de Lemuria empezó  hundirse, los sacerdotes formaron grupos de personas que entonaban la canción Auld Lang Syne. Ese acto logró mitigar el miedo y envolver las auras de las personas que eran sepultadas por las aguas del océano Pacífico. La música se convirtió en una liberación del terror por un manto de paz que preservó libres de traumas los cuerpos etéricos de los lemurianos; traumas que de otra manera los hubieran acompañado a lo largo de futuras reencarnaciones en tanto lograban su curación. Para entender esto quizá debamos recordar el libro del doctor Brian Weiss “Muchas vidas, muchos maestros”. Allí algunos de sus personajes están afectados por temores y síntomas aprehendidos en situaciones terminales de vidas pasadas. Los habitantes de Lemuria hubieran llevado consigo a otra vida, el paralizante terror de morir sepultados por las aguas, la sensación del ahogamiento. 
                El continente de Lemuria se hundió en una sola noche con sus millones de habitantes y la última canción que se escuchó fue Auld Lang Syne. Mucho tiempo después esa canción fue traspasada a la gente de la actual Irlanda y de allí se difundió nuevamente por el mundo. Dice la leyenda que los hombres y mujeres de Lemuria volverán a reunirse, que aquella hecatombe fue tan sólo un breve adios. La próxima vez que escuchemos  esta canción de melodía tristísima y sin embargo tan emotiva, podríamos  estar oyendo una música con miles de años de antigüedad. 

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