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viernes, 22 de abril de 2011

Tormentas Solares. Principio del Fin.


     Pre data: lo siguiente no es ficción. Está basado en información científica reciente.

                De retorno a casa un atoro de tráfico impide tu paso. Un policía agita los brazos como loco tratando de ordenar el laberinto. Por fin logras pasar y descubres que se ha ido la luz en el distrito. A diferencia de otras veces la radio del auto no tiene información del corte de fluido, tampoco las compañías eléctricas. Oficialmente, silencio dirigido. La noche llega, avanza, pero la oscuridad artificial no cede. Te vas a dormir, mañana será otro día y hay que trabajar. Es noviembre del 2,011

                Al día siguiente las cosas podrían estar peor. No hay agua en los caños, no ha regresado la electricidad, las radioemisoras informan que no hay fluido eléctrico en toda la ciudad, pero llaman a la calma, no informan más. Te aseas, sales a trabajar; o eso intentas. El tránsito está restringido; si ayer el atasco fue tremendo hoy el tránsito es ingobernable, sin semáforos. Los hospitales han devuelto a los pacientes a sus casas. Los edificios elevados con ascensores inútiles, son un auténtico desafío para sus habitantes. Se ha iniciado la noche más negra. El colapso de la civilización tecnológica que enorgullece a occidente.

                La NASA y los científicos han informado a mediados de febrero, que se avecinan tormentas solares de magnitudes nunca antes vistas. Para no quedar atrás el SEMANHI avisó en tres oportunidades en ese mes del amor, que las radiaciones ultravioleta serian muy intensas y aconsejó usar bloqueador solar. La realidad que no nos dijeron: ese mes se produjeron tormentas solares muy intensas, la mayor de las cuales el 15 de febrero, alcanzó magnitud X, de las mayores. No ocasionó daños considerables porque el campo magnético terrestre nos protegió bastante bien, pero esto fue sólo una casualidad.

La magnetósfera: escudo protector de la tierra
                 En 1,859 se produjo la última gran tormenta solar. Sólo existía una red de telégrafos de 15 años de antigüedad y cuatro focos en algunas ciudades. Los telégrafos colapsaron y se produjeron miles de incendios en sus cableados inundados de pronto por un exceso de energía en el ambiente. Ese mundo era muy distinto al tecnológico de hoy. Tenemos red eléctrica, de teléfonos, celular, de cable, informática, aérea, etc. Todas ellas funcionan con electricidad, con aparatos electrónicos. Si la tormenta solar de 1,859 hubiera ocurrido en nuestro mundo tecnológico de hoy, los satélites artificiales hubieran sido inutilizados, las transmisiones y comunicaciones de radio se interrumpirían, y ocurrirían apagones continentales, además de arder casi toda la electrónica del planeta. Adiós bancos y casino global. El dinero no servirá más que en las primeras horas. No sería problema de un día, quizás hablamos de meses o años. Los cálculos de los científicos no son muy optimistas. Si la tormenta solar no logra rostizarnos, los sobrevivientes retrogradarán 200 años, a las teas, al pozo de agua dulce, al taparrabo. Olviden las fábricas, el agua caliente, las chucherías electrónicas que hoy nos envanecen.
 
 
                 Ya en 1,989 tuvimos un anticipo de lo que se viene. La madrugada del 13 de marzo de ese año un transformador de la red eléctrica de Montreal se sobrecargó por la energía de las erupciones solares. Al sobrecargarse dejó de funcionar y más de 6 millones de ciudadanos de Quebec quedaron en tinieblas por casi 12 horas. La ciudad tecnológica colapsó. Esto será un juego de niños comparado con las tormentas que se esperan para éste noviembre. La primera ola de plasma solar llegaría al planeta tierra en unos 8 minutos a 1’600,000 kilómetros por hora. Esos ocho minutos son muy poco tiempo para responder sensatamente. Quince o más horas después llegará a la tierra una EMC (eyección de masa coronal) compuesta por millones de toneladas de materia desprendida del Sol: protones, electrones y gases. 

                La tormenta solar perfecta ocurrirá más temprano que tarde. La veremos. Las naciones subdesarrolladas sobrellevarán mejor el cataclismo porque no dependen de la tecnología, igual ocurrirá con las poblaciones rurales de nuestros países, respecto de las ciudades. No hay gobierno ni bomba atómica o misil que nos pueda proteger. Es más, quizás muchos gobiernos colapsen con esta tormenta solar, porque nadie los obedecerá. Pero el plasma cósmico compuesto de protones y electrones, más grande que la tierra mil veces, nos pasará por encima. El planeta tiene un escudo natural –la magnetósfera- de 60,000 kilómetros de amplitud. En el evento de 1,859, este escudo nos protegió, pero la fuerza de la tormenta solar fue tal que lo acható hasta dejarlo en 7,000 kilómetros, desde lo cuales volvió a su normalidad. Ese escudo es ahora nuestra esperanza. 
Ciclos solares: el 2,012 se producirá un pico.

                    Último dato: los ciclos solares constan de 11 años terrestres. Su máxima intensidad se produce a los dos años de iniciado cada ciclo. El máximo del presente periodo ocurrirá en el 2,012. El año Maya. Esperemos que los científicos anden errados y el escenario descrito más arriba, pueda ser ficción.

Pueblo Libre, 21 de abril del 2,011
 

domingo, 26 de diciembre de 2010

Auld Lang Syne


Cuando era pequeño escuche una canción  extraña que se cantaba en grupo, acompañados por la luz de una fogata y servía para despedir una actividad. La letra de esa canción, decía que ese acto, la canción al pie de una fogata, no era más que un hasta luego. Yo no podía dar crédito entonces a tanta certeza, no sabía de donde, pero la conocía, tenía que existir, y aquí estaba. Era una melodía melancólica. La canción me gustaba, algo tenía de trascendente y comprometedora, pero la promesa de la reunión posterior no me convencía. Parecía demasiado buena para ser verdad.

 
Los años pasaron y la niñez dio paso a la adultez. Aquella bonita canción dejó de sonar y fue reemplazada por responsabilidades de adulto y realidades de verdad. Hasta ahora en que navegando en Youtube me la encontré. Y encontré también una historia increíble.
                Cuenta la leyenda que hace miles de años en la Tierra existieron dos civilizaciones adelantadísimas. Una, la mítica y famosa Atlántida. Otra, Lemuria. Ambas civilizaciones habían alcanzado un desarrollo notable respecto de otros habitantes del planeta. Pues bien, Lemuria y Atlántida tenían una diferencia respecto de la conducción del resto de culturas. Mientras los lemurianos sostenían que no se debía intervenir en la evolución de las otras sociedades, los atlantes sostenían que ambas civilizaciones avanzadas debían dirigir la evolución de los demás. Este desacuerdo los llevó a sostener guerras terribles que afectaron al planeta. Este hecho determinó que ambos continentes se hundieran. El clero sacerdotal lemuriano supo anticipadamente lo que ocurriría. Muchos hombres y mujeres de ese clero fueron trasladados a la Atlántida y otros lugares con el objetivo de preservar sus costumbres y conocimientos. Pero muchos de esos sacerdotes y sacerdotisas lemurianos retornaron a Lemuria para hundirse con el continente. En Titanic, la película, habremos visto alguna vez la actitud del capitán del barco. Es clásica su imagen hundiéndose con él, pero es emocionante ver en esa misma película la escena de los músicos que acompañan el hundimiento sin dejar de tocar sus instrumentos. Pues bien, los sacerdotes de Lemuria en la noche del hundimiento decidieron cantar una canción y elevar oraciones. Entonar canciones es una poderosa terapia para un momento importante.


                Cuando el continente de Lemuria empezó  hundirse, los sacerdotes formaron grupos de personas que entonaban la canción Auld Lang Syne. Ese acto logró mitigar el miedo y envolver las auras de las personas que eran sepultadas por las aguas del océano Pacífico. La música se convirtió en una liberación del terror por un manto de paz que preservó libres de traumas los cuerpos etéricos de los lemurianos; traumas que de otra manera los hubieran acompañado a lo largo de futuras reencarnaciones en tanto lograban su curación. Para entender esto quizá debamos recordar el libro del doctor Brian Weiss “Muchas vidas, muchos maestros”. Allí algunos de sus personajes están afectados por temores y síntomas aprehendidos en situaciones terminales de vidas pasadas. Los habitantes de Lemuria hubieran llevado consigo a otra vida, el paralizante terror de morir sepultados por las aguas, la sensación del ahogamiento. 
                El continente de Lemuria se hundió en una sola noche con sus millones de habitantes y la última canción que se escuchó fue Auld Lang Syne. Mucho tiempo después esa canción fue traspasada a la gente de la actual Irlanda y de allí se difundió nuevamente por el mundo. Dice la leyenda que los hombres y mujeres de Lemuria volverán a reunirse, que aquella hecatombe fue tan sólo un breve adios. La próxima vez que escuchemos  esta canción de melodía tristísima y sin embargo tan emotiva, podríamos  estar oyendo una música con miles de años de antigüedad.